Sola, sentada en una vieja meceddora, tan vieja como ella, tan sola como ella, Ana tejía su mantel, mientras de vez en cuando miraba por los barrotes de la ventana. Solo esperaba que le alcanzara la vida para esperar que su amor regresara, nunca supo si él se fue o ella lo botó, pero siempre supo que lo quiso, y juró esperarlo, hasta el final de sus días, por eso nunca abandonó su casa y para subsistir aprendió a tejer y de vez en cuando pasaba algún extranjero y compraba sus manteles.
Era extraño pasar por su casa y no verla sentada en su famosa mecedora a través de la ventana, llevaba siempre la misma ropa, el mismo peinado, un poco de polvo en sus mejillas arrugadas, viviendo sola, sin recibir jamás visita alguna.
Lo único que se sabía de ella, es que en su juventud fue una mujer bella, pretendida por muchos hombres de porte y se le veía de la mano de algún galán distinto todas las semanas. Era la más hermosa, solía romper corazones porque era la luz que más brillaba...
Un día se enamoró de alguien que llegó a su vida por accidente, Ana estaba feliz, lo quería, lo amaba, era todo lo que había estado esperando en tantos hombres pero, ella no sabía que hacer, Todo lo tenía en ese sentimiento tan profundo y aún así seguía siendo la misma, no quería dañarlo pues lo amaba pero no sabía quererlo ella nunca aprendió como hacerlo.
Y ocurrió, lo lastimó, lo hirió, le rompió el corazón y el amor... Él se marchó y con su partida se llevó el brillo de Ana. Ella no volvió a sonreír jamás (al menos verdaderamente) y todos los días se sentó a esperar a que volviera, mirando a través de su ventana, ella sabía que él la amaba, pero no se atrevía a buscarlo, por eso no se movió nunca y se prometió sonreír nuevamente cuando él volviese a su lado.
Ana aún lo espera, después de 40 años ella lo espera, es realmente su vida y su amor por lo que ella vive, Teje Ana, teje que quizás el vuelva cuando su corazón sane...
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